[La imagen: La era de las desigualdades]

Oscar A. Molina| 2 de Noviembre 2015 |

Llama profundamente la atención que un fenómeno antediluviano, la desigualdad económica, sea hoy el tema por excelencia en los foros y conferencias de Economía. ¿Es que estuvimos ciegos por tanto tiempo? Los países avanzados tuvieron que sentir en carne propia los efectos devastadores de la pobreza para que la desigualdad estuviera en el centro de las discusiones. En América Latina, los ensayos económicos más enriquecedores siempre han estado permeados por las grandes desigualdades, desde los escritos tempranos de los teóricos de la dependencia hasta los sugestivos trabajos de Juan Pablo Pérez Sainz. Hemos sido y seguimos siendo la región de la Tierra más desigual. Las fotos que mejor representan la crudeza de la brecha entre ricos y pobres son de ciudades brasileñas, mexicanas, guatemaltecas. Pero nosotros siempre fuimos la periferia, donde la pobreza era admisible, empantanados en las primitivas fases que preceden al despegue económico.

Ahora, a dos siglos de capitalismo, los países avanzados por fin se percataron que la desigualdad es universal; la crisis en España ha provocado que muchas familias no tengan la capacidad ni de comprar un abrigo para la temporada invernal que se avecina, y en Grecia, tras infames acontecimientos, más de una decena de personas ha preferido quitarse la vida, antes de que las deudas los ahoguen. En Estados Unidos, la crisis económica destapó lo que ya se sabía pero que nadie quiso ver: que el 1% de la población se lleva el 40% de toda la riqueza. Y como colofón, el último dato estremecedor: las 85 personas más ricas del mundo poseen la misma riqueza que la mitad más pobre de la humanidad. Como decía Ortega y Gasset: «uno es uno y sus circunstancias». Se necesitó que la desigualdad económica llegara a niveles máximos, que se convirtiera en la circunstancia de todos, para empezar a tomarla en serio.

No es ninguna coincidencia que el último Premio Nobel de Economía sea el escocés Angus Deaton, cuyas investigaciones sobre la desigualdad, a través de las Encuestas de Hogares, fueron pioneras en la disciplina, y sirvieron de base para que aparecieran luego análisis más elaborados como los de Thomas Piketty en La economía de las desigualdades (Siglo XXI, 2015). Las investigaciones sobre la desigualdad siguen su curso a un ritmo frenético, aportando cifras escalofriantes. El último de ellos es The Hidden Wealth of Nations: The Scourge of Tax Havens (The University of Chicago Press, 2015), del joven economista francés Gabriel Zucman, en donde demuestra que el 8% de la riqueza financiera mundial está escondida en paraísos fiscales – Suiza, Bermuda, Islas Caimán, Luxemburgo, Singapur, etc.-, la que constituye nada menos que el equivalente a la riqueza poseída por el 50% de las 7.4 billones de personas del mundo.

Si algo caracterizará a esta época con la perspectiva del tiempo, quizá en unos cincuenta años, si es que el cambio climático no nos ha destruido, es que esta, más que ninguna otra, es la era de las desigualdades.